..Aquí comienza el campo inexplorado
Redondo a causa de los ojos que lo miran
Y profundo a causa de
tu
propio corazón
.........Lleno de zafiros probables
..........De manos de sonámbulos
..............
De entierros aéreos

.........................................Parafraseando a Huidobro

Esto no es vida... ni es muerte

Esto no es vida... ni es muerte
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo

lunes, 27 de julio de 2009

La Abuelita, tiene su teléfono móvil apagado o se encuentra fuera del área de cobertura

(Unas letras prestadas de un maravilloso y dulce amigo para compartir)

"Anoche le estaba contando a Ranita (que ahora dice llamarse Mariposa) y a mi sobrino Tomas de 6 años, un cuento infantil famoso, el “Hansel y Gretel” de los hermanos Grimm. Y en el momento más tenebroso de la aventura, cuando los niños descubren que los pájaros se han comido las bolitas de pan (aquel burdo sistema de regreso a casa que nunca funciona), cuando se ven solos en el bosque y anochece, Tomas me dice: "No importa. Que llamen al papá por el celular, o le manden un mensaje". Yo entonces pensé, por primera vez, en lo espantosa que sería la literatura (toda ella, en general) si el teléfono móvil hubiese existido siempre. Cuántos clásicos nos habríamos perdido, qué fácil se habrían solucionado todos los nudos de las historias de ficción. Piensen queridos radioescuchas en cualquier historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocchio, pasando por Los Tres Cerditos, Macbeth y La Cenicienta. No importa si la trama es elevada o popular, no importa la época ni la geografía. Piense el lector ahora mismo en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, nudo y desenlace. ¿Ya está? Ahora póngales un teléfono móvil a los protagonistas. Un teléfono con cobertura, con conexión a correo electrónico y con saldo para enviar mensajes de texto o hacer llamadas cuatribanda. ¿Qué pasa con la historia elegida, lector? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona la historia? Mi sobrino tiene razón. Con un teléfono en las manos, Penélope ya no esperaría con incertidumbre a que su amado Ulises regrese del combate; con un móvil en la canasta, Caperucita alertaría a la abuela a tiempo; el Coronel sí tendría quién le escriba algún correo, aunque fuese spam; Tom Sawyer no se habría perdido en el Mississipi, gracias al servicio de localización de personas de *0911 de Movistar; el cerdito de la casa de madera le avisaría a su hermano que el lobo está yendo para allá; Gepetto hubiera recibido un mensaje de la escuela avisando que Pinocchio no llegó por la mañana; y los demás dramas, el resto de dramas y las comedias concebidos en el mundo, nunca lograrían acceder a la dificultad que les da vida. Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o filmadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Ninguna historia de amor, por ejemplo, hubiera sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la chaqueta. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: el amante finge un suicidio, la enamorada lo cree muerto y se mata, y el amante, al despertar, se suicida de verdad. Perdón por el spoiler. Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un SMS a Romeo:
M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES
NI HGAS IDIOTCES.
BSO. J.
Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría ido al carajo. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían sentido, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiese existido cualquiera de las promociones que ofrecen Movistar, Entel o Claro. Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. Como la tecnología habría desterrado por completo la soledad en Aracataca, la novela de García Márquez se llamaría “Cien años sin conexión”, y narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aurelianogoodmornig) pero a nadie le funciona el messenger.
La famosa novela de James M. Cain “El cartero siempre llama dos veces” escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría “Gmail me duplica los correos entrantes” y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de GTalk de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir. Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, “Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura”, la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca (o que se quedó sin saldo).
En la obra “El .jpg de Dorian Grey”, Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre joven y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre “quién es la mujer más bella del mundo”, porque el coste por llamada del oráculo sería de 180 pesos la conexión y 0,60 pesos el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.
También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) hubieran fracasado en la era de la telefonía móvil y del wifi.
Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un tren, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas. Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa. La telefonía inalámbrica, vino a decirme anoche mi sobrino sin querer, entorpecerá las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, resumidas y predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora? No. Le enviaríamos un SMS lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. O quizá le dejaríamos un mensaje en su buzón de voz después de la señal.
Nos hemos convertido en héroes perezosos."

Carlos Sotelo

domingo, 5 de julio de 2009

Guiño en décima

Porque su falta es presencia
no necesita explicarme
pero yo si he de expresarme
entendida está su ausencia
Toda enterita su escencia
se extraña en el corazón
no ha de importar la razón
su sentir nos interesa
y que no se vuelva presa
de cruenta desazón

No es necesario que diga
ni una sola letra huacha
Pa espantar la mala racha
se ofrece esta torpe amiga
que si ha de andar a la siga
solo es por acompañarle
y en su torpeza entregarle
su simple estar, su porfía
su callada cercanía
su silencioso abrazarle

Este querer no resiste
no poder regalonearle
y en ese gesto entregarle
ese amor que’n una existe
Y una imagina y persiste
tozuda y terca en la acción
de llevarle una canción
de acercarle una sonrisa
de aliviniarle la prisa
de ser una en la emoción

Reciba pues, mi cariño
Que se me escapa a su encuentro
Que me nace desde dentro
Que’s como inocente niño
que se asoma y hace un guiño
pa robarle una sonrisa
pa regalarle una brisa
que sople suave su alma
que le acaricie y de calma

buscando ocasión precisa